Las tonterías de mi súbdito Cuéllar Valencia

Héctor Cortés Mandujano

 

Con un abrazo al poeta Luis Daniel Pulido,

atacado por otro “crítico” defensor de la cultura

 

A ver, Cuellitar, te preciso varias cosas.

            Primera: No puedo discutir contigo tu texto “En defensa de los poetas chiapanecos”, porque evidentemente debiste titularlo “En defensa de los funcionarios chiapanecos”. No cobraste, dices. Qué bueno que tu lambisconería sea gratuita. Lo tuyo es, entonces, demencia servil, como dice el Toño Cruz (a quien agradezco el envío de tu nueva embestida). No me importa tu generosidad para con la gente en el poder. Lo que te señalo, tal vez un poco rudamente, es que decidas que yo estoy detrás de algo que ignoro y que, entiendo, aunque tú quieras quitarles responsabilidad, es decisión de los funcionarios en turno. Tus lucubraciones, insisto, son de una absoluta imbecilidad. Y los que dicen imbecilidades, ni modo, son imbéciles.

            Segunda: Mi desempleo, Cuellitar, es maravilloso y me da tiempo y libertad en la lectura (no leo periódicos y sólo me entero de lo que me envían vía e-mail); escribo y vivo alegre con mi familia y mis amigos. Varios libros míos saldrán en este año y, sí, espero que se vendan y se lean. Ya tendrás ocasión de criticarlos. Tengo tanto tiempo ahora que, mira nomás, lo pierdo contestando tonterías.

            Tercera: En un encuentro de jóvenes escritores de la UNACH, en la carrera donde te padecen (perdona el adjetivo, yo sufrí algunas clases tuyas en carne propia), uno muy talentoso leyó un texto donde, en tono de parodia, imitaba tu forma de hablar y contaba la explotación que él y otros tuvieron mientras investigaban lo que luego fue el libro sobre Rodulfo Figueroa, que sólo tú firmaste. Los que estábamos ahí nos reímos mucho. Sobre el libro de Sabines tú en algún momento, cuando todavía tu furia no descendía sobre mí (soy un príncipe, según tus palabras, y desde esa perspectiva, súbdito mío, estás en escalas inferiores), me dijiste que habías tomado textos de donde fuera y sin ningún criterio metodológico, pero querías venderlo bien, aprovechando la efervescencia a la que, ya ves, cualquiera se monta. Lo que sé de ese libro lo sé por ti. Y no es nada bueno.

            Cuarta: Me entero, Cuellitar, que tu enojo inició tiempo ha porque no te quise publicar, dices, un texto sobre Cervantes o algo así. Mira cómo me das la razón. O sea, si no te publico soy tu enemigo y te dedicarás a escribir aburridas planas sobre mí. Ese es tu procedimiento. Qué seriedad la tuya, qué gran investigador, qué lucidez. Antes dijiste muchas maravillas, en muchas partes, sobre mi trabajo literario. Te cito muy brevemente una de las últimas: “Encuentra el lector de Derrumbe de plumas a un buen artesano de la literatura hispanoamericana más reciente (el subrayado es mío). Héctor Cortés Mandujano se ha profesionalizado como escritor. Lo demuestran los libros de cuentos y novelas escritas en los últimos diez años, casi todos editados” ((Tríptico de aldea, 2004: 236). Son tus palabras. ¿En qué quedamos, Cuellitar?

            Quinta: Para no discutir tus nuevas estupideces (no es inteligente que señales algo que yo ya señalé), te cito una advertencia puesta en el libro El Ateneo de Ciencias y Artes de Chiapas (que supongo habrás leído mal y de malas, porque sobre él me propones una ridícula discusión pública, que no creo interese a nadie), para que veas que no me dedico, como tú, a colgarme títulos: “Los académicos, supongo, no se plantean estas dudas, pues su oficio es distinto al mío. Yo no soy sino un novelista, un dramaturgo, un escribidor, es decir, alguien acostumbrado a inventar. Este trabajo exigía lo contrario, así que tuve que ceñirme a citar con la mayor claridad mis fuentes” (2006: 18, 19). ¿No te quedó claro?   

            Sexta: Sobre los libros que escribo y sobre lo que tenga que ver con mi vida pública, por supuesto que tú y cuantos quieran pueden escribir lo que sea, a cambio de que otorguen el mismo derecho. Mis libros están allí y se defenderán o no ante quienes quieran leerlos. Esa es su tarea. De ellos se podrá opinar en favor o en contra. Mi labor pública, cuando la he desarrollado, ha estado expuesta al escrutinio de todos. Mi vida privada, como bien lo dices, no debe interesarte ni interesarle a nadie que no esté en ese círculo (que te parezca o no envidiable es un problema que debes resolver tú). Lo que te digo, y te lo digo de nuevo, es que no tienes por qué ponerme al centro de tus cada vez más tontas suposiciones, sólo porque sigas en tu continuada tarea de defender funcionarios, en la que ya te deberían otorgar un doctorado honoris causa. Sería aburrido revisar lo que dijiste con cada nuevo gobernador, con cada nuevo rector, con cada nuevo funcionario de cultura, pero, como sabes, he tenido que leer en mis trabajos públicos los periódicos y te he leído. Tu frase más recurrente sería ¡El rey ha muerto, viva el rey! Esa es la obra que más te conozco. Y es vomitiva.

            Séptima: Si no eres disléxico ni te drogas ni eres oligofrénico; si eres investigador literario, doctorando en no sé qué y pones al pie de tu nombre un sinnúmero de títulos, no entiendo entonces por qué tienes tan pésima redacción, tan mala ortografía. ¿Piensas que alguien pueda odiarte o envidiarte por eso? No creo que alguien obstaculice la edición de tus obras, lo que ocurre es que aún no aprendes a escribir. Cómprate un manualito de redacción y ortografía, no son tan caros. O consulta la corrección que en el blog de Los bolonautas te hizo un maestro de secundaria (que además, por lo que dice de ti, te debe conocer bastante) sobre tu texto anterior. Éste, de nuevo, está escrito con las patas.

Octava: Ahora resulta que te odio y te tengo envidia. No me insultes, Cuellitar. No conozco a nadie que quiera parecerse a ti (hay que estar mal de la cabeza) y yo te veo, ya que se ofrece la precisión, como un paradigma de lo que nunca quisiera ser. Escribo lo que escribo porque ya me hartó tu insistencia sobre mi persona. Por mí podrías irte o quedarte, brillar o ser más mediocre. Tu vida y tus escritos no me interesan, siempre que no te dediques a escribir estupideces sobre mí. Se te olvida que quien empezó esto fuiste tú, no yo.  

            Novena: No me quedó claro si soy príncipe o reycito, pero es obvioqueda claro que tampoco aclaras lo que te he señalado. ¿Cuál es el método que usaste para determinar que en el enésimo homenaje a Sabines estoy tomando decisiones yo? ¿Con base en qué supones que este programa no es responsabilidad de los funcionarios públicos actuales? ¿Quién, entonces, ahora, decide que se hace en torno al poeta Sabines? Yo digo que te pasaste de la raya en tu defensa y que estás insultando a todos los funcionarios y al gobernador. Hasta para el servilismo hay medidas, Cuellitar.

Décima: No me da miedo discutir contigo, sino me das flojera. Me aburre tu verbosidad sin freno, tus gritos y sombrerazosre (en Villaflores, glorioso investigador, te recuerdan como el hombre más aburrido que ha tocado aquellas tierras; quieren vender tu lectura como remedio contra el insomnio). Dejo sin responder algunas minucias, porque este escrito ya se está pareciendo a tus columnas. Dejaré, es una ironía, que García Márquez se quede con la duda de lo que opino de él (dediqué una columna a una de sus novelas, Cuellitar, que tal vez no has leído. Búscala, si quieres, o pide a tus alumnos que la busquen.) Opino desde siempre sobre un montón de temas y de autores, expongo públicamente lo que pienso y no tengo ningún empacho en polemizar, siempre que el adversario tenga un mínimo nivel de escritura. No es tu caso. Deberías por tu precaria salud mental hacer con tus columnas lo mismo que intentas hacer cuando me ves: ignorarme. Te iría mejor al vez sea pedirte mucho.