Viernes, 06 de Marzo de 2009 / 10:40 h

Las migraciones y el VII Congreso Centroamericano de Antropología en Chiapas, México (y 2)

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Ramón D. Rivas

Claro ha quedado en este  significativo congreso y, en concreto, en las tres mesas que se enfocaron a dar cuentas y reflexionar sobre este tan sonado fenómeno de las migraciones en Centroamérica, que el mismo ha alcanzado dimensiones aún no previsibles para nuestras frágiles sociedades y culturas.

Interesante fue la mesa que coordinó la colega antropóloga de la USAC de Guatemala, Lesbia Ortíz Martínez, cuyo tema fue: “Políticas públicas migratorias, género y vulnerabilidad”, que coordinó junto al Dr. Leopoldo Santos de el Colegio de Sonora, México. 

En esta mesa, y de acuerdo a la antropóloga Ortíz, “fue clara la postura política de cada uno de nuestros ponentes, lo que le dio mayor profundidad y sentido al discurso académico  al  vincular  la problemática  migratoria centroamericana al trabajo de las organizaciones y de las universidades donde trabajamos, con lo cual se demuestra que estamos dando un paso más allá de la pura descripción de causas y efectos socioculturales de la migración, e  implica un compromiso asumido por las organizaciones que velamos por los derechos de los migrantes. Ese en realidad fue el objetivo de nuestra mesa, difundir propuestas políticas y  denunciar, además de tratar de entender,  el fenómeno migratorio”.

Algo parecido sucedió con la mesa que tenía por tema: “Migraciones internacionales, identidad y procesos de cambio sociocultural y económico en regiones de frontera”. 

En esta mesa, que coordinaron los colegas Jorge Ignacio Angulo Barredo y María Elena Fernández, ambos de la Universidad Nacional Autónoma de Chiapas (UNACH), se abordó ampliamente el fenómeno de la transculturación y, en concreto, esa antropología urbana pero con migrantes que tiene naturalmente un tinte muy diferente que el enfoque de la antropología urbana tradicional precisamente por la dinámica que presenta el mismo migrante, es decir, que es muchas veces indígena, es extranjero, y se tiene que desenvolver en las grandes urbes.  Importante es el hecho que a este cónclave de antropólogos confluyeron académicos de diferentes universidades la San Carlos de Guatemala; de  México: la Iberoamericana, de Quintana Roo; El Colegio de Sonora y la Universidad de Arizona.

Lo mismo sucedió en la mesa que  coordiné y cuyo tema fue “Migraciones en Centroamérica y México, causas y efectos socioculturales”, que  además involucró a universidades como la Loyola University, de Chicago, que tienen su mirada en el fenómeno migratorio en Centroamérica. 

Esto reconfirma una vez más que, desde la academia, y concretamente desde las ciencias antropológicas, estos temas hay que seguirlos abordando, ya que solo comprendiendo el fenómeno seremos capaces de presentar propuestas efectivas en la búsqueda de soluciones. Solo trabajando en forma ordenada y  conocedores del problema estaremos en la posibilidad de ofrecer un camino viable para la plena realización de los centroamericanos  que se quedan y que se van. 

Si somos conscientes que el fenómeno nos envuelve a todos, pero no debemos olvidar que nuestras sociedades —por aspectos de carácter histórico— son fragmentadas social y culturalmente; y es precisamente a aquellos grupos sociales más vulnerables los que el fenómeno afecta más, pero en la práctica esto tiene un efecto de rebote, ya que sus efectos trastocan a toda la sociedad. 

Hay que recalcarlo —año 2009— seguimos  inmersos en sociedades en donde los gobiernos de turno han dejado por un lado lo más importante, que es el desarrollo humano, para ocuparse de demagogias que, en vez de favorecer a los pueblos, los han marginado y expulsado de sus lugares de origen. Los jóvenes —que son los que en su mayoría emigran— se han vuelto en el equivalente a mercancías preciadas para los gobiernos de turno ya que son estos migrantes quienes sostienen las economías de estos países. 

Vivimos en sociedades, no solo con falta de educación y salud, sino que, a su vez, marginadas desde todo punto de vista. En este VII Congreso ha quedado claro que el fenómeno no puede ser abordado solo desde los países emisores y receptores, por el solo hecho en que las migraciones se producen dentro de redes sociales transnacionales que vinculan a familias y comunidades a través de grandes distancias. Entonces las cadenas migratorias, una vez comenzadas, pueden evolucionar de formas impredecibles. 

Cualquiera sean las intenciones originales de los migrantes, los empresarios y los gobiernos, las migraciones deberían de conducir a la reagrupación de la familia; pero ¿sucede esto en nuestras sociedades? asentamientos y a la formación de nuevos grupos  sociales —identificados culturalmente— en los países receptores, ¿les sucede esto? No lo vemos. 

Pero los estudios comienzan a indicar que en los países de emigración las familias y las comunidades locales experimentan cambios profundos y, a lo mejor, duraderos. La emigración es un aspecto de la disolución de las estructuras económicas y sociales tradicionales. 

De la misma manera, en los países de inmigración vemos que numerosas comunidades experimentan cambios drásticos. Los emigrantes han transformando la economía nacional y, las ciudades y, en muchos casos, han forzado ya a una reflexión sobre los valores sociales y culturales. 

Pero los emigrantes sufren también de exclusión en este plano, debido a las desventajas económicas, las violaciones a los derechos y a la discriminación por el solo agravante de ser extranjeros. Las migraciones han llevado a países  a tratar temas claves sobre las relaciones sociales y la identidad nacional. Pero lo macabro del caso es que incluyen a unos y excluyen a otros. 

Aparentemente esto es el resultado de fuerzas anónimas del mercado; y así lo discutí con una “celebridad” en los pasillos del convento de Santo Domingo —sede del congreso— que no estaba de acuerdo con algunos de mis planteamientos ya que me decía que “los individuos, las instituciones, y el Estado asumen responsabilidad por esta evolución pero que no se ve”. Hasta entre los intelectuales hay miopes, pensé. 

Si el fenómeno se analiza en términos globales el mismo ya está arrastrando a millones de personas a la pobreza. Las remesas solo sirven para satisfacer situaciones mediáticas y estas hasta degeneran sociedades, pero sí sirven para  la supervivencia del gran capital, sobre todo hoy en tiempos de crisis.