Va de nuevo Cuéllar contra Cortés Mandujano PDF Imprimir E-mail
Escrito por Ricardo Cuéllar Valencia   
Sábado, 07 de Marzo de 2009 10:38
Tomado de http://www.estesur.com.mx

“Cicerón, en cierto pasaje, desaprobando ya entonces los errores de la época, escribe así: ‘Nada llagaban a ver con el espíritu, todo lo referían a los ojos; frente e ello, se requiere un gran talento para apartar el espíritu de las sensaciones y distanciar el pensamiento de lo común’.Tal dijo, y yo me fundé en ello para realizar la obra que a su vez, por lo que cuentas, te agradó a ti”. Petrarca, Secreto mío. Obras, I, Prosa, Ediciones Alfaguara.

Pensar y vivir la crítica 


“Cuentan de Aristóteles que el morir dijo en tono quejumbroso: ‘que nadie se deje deslumbrar por su reputación de sabio. De gracias a Dios si tiene la suerte de estar por encima del término medio. Y aún esto no se apresure a creerlo: en lo que a cada cual se refiere es preferible el juicio propio al ajeno, siempre que nos portemos como un rígido censor y no como un complaciente adulador’”.

Petrarca, Carta a Donato de los Apeninos en La ignorancia del autor y la de muchos otros.
Obras, I, Prosa, Ediciones Alfaguara.



El fundador de la modernidad, Petrarca, dio en el clavo: ir más allá del pensamiento de lo común para entender el presente. La crítica es un necesario punto de partida.


Pensar sobre la cultura o asumir una posición crítica no es asunto de inventar enemigos. Es un vicio perverso suponer que la crítica apunta a destruir, crear diferencias insalvables o hacer mal a alguien. No. Eso de buscar que es lo que se pretende en el orden del discurso crítico más allá de sus planteamientos, me parece una mirada chata, de una pobreza desconsoladora. La crítica cultural, desde mi personal punto de vista, busca señalar deficiencias, limitaciones, exabruptos y por ello mismo zanjar salidas plausibles que dejen atrás escollos y den paso a las soluciones reales, urgentes. El discurso cuenta con enunciados muy precisos que deben ser atendidos con el riguroso sigilo lingüístico y semántico. Y no en los prejuicios, inhibiciones, obsesiones o cargas emocionales.


En la política las diferencias se manejan desde los partidos y es responsabilidad de los dirigentes asumir una u otra posición. La política tiene muy bien definidas las maneras de desarrollar sus prácticas, en el debate, las movilizaciones y las decisiones colegiadas. Son ellos los que vigilan las formas de cumplir sus compromisos y es el electorado el que asume, en su momento, quienes los representan.


En el mundo moderno Hispanoamericano, los procesos políticos han venido cambiando de manera significativa y no es posible que nos mantengamos al margen de sus aportes. Y esos cambios han significado precisamente permutaciones en las relaciones de poder.


Si se piensa y considera que el debate es un punto de partida para esclarecer las diferencias y llegar a necesarios consensos, no podemos eludirlos en el campo de la cultura. Es una práctica ausente, hoy, en Chiapas.


La cultura es un espejo multireflejante de las preocupaciones, deseos y necesidades que vive la sociedad. Es inconveniente y, sobre todo, nada saludable para una sociedad que necesita respirar de sus agobios y penurias, de las deficiencias y atrasos, que se tienda con displicencia un diluyente manto de cerrazón a los creadores en el arte y la literatura, parte sumamente sensible de ella. Y en este terreno la mayoría interesada es la juventud. Punto clave y decisivo para el presente. Mucho daño hacen con la marginación, la exclusión y el ninguneo. Los anteriores jefes de la cultura muy poco hicieron por los jóvenes.


Entre escritores y artistas, obviamente que las diferencias se dan, especialmente, por las formas como se reparten las posiciones en los aparatos de cultura, las becas, exposiciones, publicaciones, las invitaciones locales, nacionales y al extranjero, entre otros asuntos. ¡Cómo han viajado a Italia, Francia, España y Estados Unidos los funcionarios de la cultura!


Son los creadores los llamados a pensar sobre los diversos órdenes de la vida artística y literaria. No se les convoca y menos escucha. Sería ingenuo suponer la cultura alejada de la política. Lo que no es admisible es que la política cultural se base en la exclusión. Militen o no en un partido, los artistas y escritores deben ser convocados a toda actividad en la diversidad que implica para analizar y proponer. No es tolerable que se mantenga un grupo de poder en el espacio cultural y se enquiste en los puestos como único guardián de lo que es patrimonio de la sociedad. Que roten.

La democracia implica la diversidad y la inclusión. Pero resulta que unos cuantos quieren hacer de la cultura algo exclusivo para sus beneficios personales y voraz carrera burocrática, por encima de la mayoría. Y aplican la táctica del desconocimiento olímpico apoyado en fabricadas y menesterosas mentiras, calumnias y la socorrida difamación. Si el escritor o artista es pobre, se le deja a un lado con la más gratuita arrogancia. Y si algo le dan, es como un favor que debe pagar con el arrodillamiento permanente, el beneplácito, la adulación y una supuesta gratitud per se. A estos se les ve clamando, vociferando sus afugias, y a veces un misericordioso le da la mano con inconsútiles monedas. Se les estafa. No se les paga lo justo. Cuántos funcionarios de cultura no poseen representativas colecciones de arte, por ejemplo, desde esas prácticas.
Los que se enquistan en los lugares de la cultura se van llenando de ínfulas tales, que van adquiriendo la catadura de caciques, lo que implica que son ellos, dos o tres, los que deciden los otorgamientos de las becas y toda la serie de beneficios que el estado ofrece a los artistas y escritores. No anuncian las convocatorias claves, las invitaciones las reparten entre un circulo cerrado, los jurados de los concursos son maliciosamente escogidos, los premios se otorgan a una clientela selecta.


No piensan en las necesidades de la mayoría, en el más amplio sentido del término y, menos en llevar a los reales y auténticos receptores, los eventos que traen de otros países y/o de otros lugares de la República. Cuando vino Carlos Monsiváis, la última ocasión, por ejemplo, acarrearon personas del pueblo, que apenas dormían cansados y aburridos y, por supuesto, nada les dijo el brillante análisis que el docto maestro pronunció sobre la poesía de Jaime Sabines. Pero eso sí, aparentemente se lucieron los organizadores. Esas trampas no son aceptables. Todos quedaríamos muy agradecidos si un escritor, poeta, pintor o especialista, de renombre internacional, llega y es escuchado por los verdaderamente interesados, gracias al aporte crítico. De lo contrario se está engañando. No se trata simplemente de acrecentar las relaciones personales, las influencias e invitaciones por venir.


Yo no he salido de ningún puesto ni busco revanchas. Yo no me dedico a acumular poder ni riqueza. Yo no me ofrezco para vender nada. Siempre he estado dispuesto a colaborar con mis modestas aportaciones. Y si bien algunos se atreven, en ese silencio fatuo que hace carrera por medio de la conseja y la información deformante, a desconocer mi trabajo y mis ideas, apenas me dan vergüenza y lástima por sus perrunas maquinaciones. Nunca me he dedicado a ejercer el periodismo como un instrumento de denuncia -verdadera o fingida- y menos a buscar prebendas. Cuando me he referido a la política lo he hecho con el afán de dar a conocer propuestas. Jamás he ido a tocar puertas por algo que he escrito. La crítica es un ejercicio de la libertad de expresión.


He propuesto la divulgación de varios trabajos de investigación. Obviamente tienen sus limitaciones, sin dejar de entender con plena claridad que aporto en varios campos. No me voy a comparar con ninguno de los investigadores de la literatura que han editado en Chiapas. Pero sí puedo afirmar con satisfacción, que he trabajado con apoyos de mi Casa de Estudios y, especialmente, con mi único salario devenido de la Universidad Autónoma de Chiapas. Repito: no vivo detrás del dinero. Lo que obtengo me sirve para vivir modestamente y alguna parte la he invertido en mis trabajos de investigación. Así de simple y despejado ha sido mi camino.


Mis convicciones como escritor, las tengo muy claras desde joven. Así como la manera de ganarme el pan de cada día. Decidí vivir en México por la extraordinaria belleza que posee y su auténtico interés en el pasado prehispánico que tanto me arroba: Belleza real y belleza hecha palabra y arte, belleza humana, solidaria y profundamente vivida con las amistadas que he construido a lo largo de 28 años. Mis raíces también son mexicanas. Y no reniego de Colombia mi otra patria. Soy colombiano de origen y me siento orgulloso de serlo, pese a todo y todos.


De suerte que la crítica que expongo en mis colaboraciones por escrito, no procede de la envidia, celos, rencores o algo parecido. La crítica la ejerzo desde una necesidad intelectual, ética y política. Y lo que afirmo en buena medida lo escucho entre colegas y soy, sin reticencias o cobranzas, vocero. Siempre he señalado que la crítica es una manera de educarnos sobre lo que somos y estamos siendo. Eludir la crítica con sobresaltos parlanchines de nada sirve.


La crítica es una manera de buscar y encontrar la identidad. De no ser así, estaríamos perdiendo el tiempo al pensar y escribir. Lo curioso es que en el campo de la cultura es muy fácil comprar a los descontentos con mendrugos de pan. Otra cosa es saber llegar a corregir los vicios, los abusos y lograr que los beneficios que el estado dispone para las culturas y las artes sean efectivos, no se parcialicen, deformen o alejen de sus reales fines.


Los escritores que amamos la vida hemos aprendido a defender la cultura como parte esencial de nuestra existencia cotidiana. Una sociedad sin crítica es una sociedad muerta. Bien lo dijo ya Tiberio, nos recuerda Petrarca: “En una ciudad libre, debe haber libertad de pensamiento y de expresión’. Cierto, debe haberla, pero sin desafueros… (de los) estúpidos charlatanes”.

Actualizado ( Sábado, 07 de Marzo de 2009 10:42 )